
Judson VanDeVenter no tenía idea alguna de cómo él iba a ser usado por Dios para cambiar al mundo.
Él era solo un muchacho de campo al que le gustaba pintar. Estudió arte en la universidad y se convirtió con el tiempo en un profesor de arte.
Esa era una manera a través de la cual él podía pagar las cuentas pero, lo supiera él o no, aun así cambiaría al mundo.
Obviamente no hay nada malo en enseñar arte pero, VanDeVenter estaba siendo empujado y llevado hacia una dirección totalmente diferente.
Sus amigos en la iglesia notaron lo bien que él participaba en sus servicios evangelísticos.
Tenía un don para hacer que la gente se sintiera cómoda, para comunicar el evangelio con claridad, para aconsejar a los que buscaban información. Decían que él debería convertirse en un evangelista a tiempo completo pero, el problema era que él todavía tenía en su corazón un anhelo profundo y ese anhelo era pintar una obra maestra.
Judson podría haber sido el próximo James Whistler o Winslow Homer si él se hubiese mantenido firme en su objetivo, era una persona con talento.
“Durante algún tiempo”—escribió él más tarde, —“Yo había luchado mucho entre dos pensamientos, desarrollar mis talentos en el campo del arte o dedicarme a la obra evangelística a tiempo completo”.
Durante cinco largos años este hombre vaciló, convenciéndose cada vez más de que Dios lo estaba guiando hacia el ministerio.
Él tenía que aprender a rendir su vida, sus metas, sus anhelos y deseos totalmente a Dios.
“Por fin, llegó la hora crucial de mi vida y lo entregué todo. Un nuevo día llegó a mi vida. Me convertí en evangelista y descubrí en lo más profundo de mi alma un talento que hasta entonces yo no conocía.
Dios había escondido una canción en mi corazón y, tocando una tierna fibra, me hizo cantar”.
Los años siguientes fueron muy ajetreados, pues comenzó a viajar mucho y a predicar por los Estados Unidos, Inglaterra y Escocia.
Su compañero musical era el cantante y líder de canto Winfield S. Weeden, que había estudiado con algunos de los grandes músicos cristianos de la época. Unos años después de la “entrega” de VanDeVenter, mientras dirigía unas reuniones evangelísticas en una casa adinerada de Ohio, escribió la letra de este himno y le pidió a su líder de canto que creara la música.
Aunque escribió otros himnos, este es con el que más se le recuerda. ¿Cambió este himno el mundo? Seguro que sí.
No se sabe a ciencia cierta cuántas otras personas se han sentido alentadas a tomar decisiones similares por estas palabras poéticas.
Pero, hay un detalle más curioso en la historia del autor…
Años después, cuando ya tenía ochenta años, vivía en Florida y, ocasionalmente, enseñaba himnología en el Instituto Bíblico de Florida (ahora Trinity College of Florida). Entre sus estudiantes había un joven de Carolina del Norte llamado Billy Graham. “Uno de los evangelistas que influyeron en mis primeros sermones”—ha dicho Graham, “fue también un himnista que escribió ‘Todo a Cristo yo me rindo’, el reverendo J. W. VanDeVenter”.
Un hombre que se rindió a la voluntad de Dios y dijo sí al llamado que Dios le hizo, una respuesta que, aunque fue difícil de alcanzar puso en marcha una cadena de acontecimientos que condujeron a un himno muy querido y a otro ministerio extremadamente influyente.
Cuando nos entregamos por completo a Dios, no podemos evitar cambiar el mundo.
Digamos todos con nuestras vidas, corazones y bocas…” Todo a Cristo yo me entrego, quiero serle fiel”
Historia de Himnos
Iglesia Cristiana Betania: Historia de Himnos